¿Quién se ha deleitado con admirar la arquitectura de una iglesia
colonial o una casa antigua? ¿Qué vino no ha demostrado ser mejor cada vez que
transcurren los años? Esos detalles donde el constante paso del tiempo es una
característica que nos ayuda a discernir
sobre el presente. Descubrir en esos detalles del pasado que lo valioso
no estaba en la prontitud ni lo inmediato, sino en la paciencia y la constancia
de una labor metódica y completa.
Ahora en lo literario, también el
pasado nos muestra obras resaltantes que en particular, lamentablemente muchos
jóvenes y otros no tanto desdeñan por no pertenecer a su época, pero que
representan un valioso legado muy difícil de ocultar. Sin embargo, como este
blog se caracteriza por ser breve en su contenido -pues el propósito principal
es que lea lo que promuevo, no lo que escribo- es algo complicado elegir
algunos libros de dos siglos para atrás sin que la lista sea extensa. No tengo
miedo a pecar si omito alguno pues aún me faltan por leer cientos que mis antepasados
y los suyos habrán disfrutado antes, así que me limitaré a unos pocos.
Comenzaré por el más importantes de
los clásicos en lengua castellana: los dos tomos de Don Quijote de La Mancha.
Sé que esta novela se merece un artículo -o dos- en este blog, pero pienso que
otros portales tienen más información que ofrecer y no quiero redundar sobre
ello. Como experiencia personal, al principio me dio algo de temor en leer esta
obra por todo lo que representa y lo poco preparado que me sentía ante su voluminoso
tamaño (mi primer contacto: cuando era apenas un chamo); por lo que pasó -más
bien, dejé transcurrir- el tiempo y me atreví a abrirlo ya a los 25. En los
primeros capítulos me sorprendí: no pensé que esta obra fuese tan graciosa por
las peripecias que Alonso Quijano podía pasar (otra novela también me hizo
reír, La conjura de los necios, y su protagonista tiene también características
similares a las de Don Quijote). A pesar de su castellano de hace 400 años y
pico, esta novela es tan entretenida y extraordinaria como ninguna otra.
La siguiente no es una novela como
tal, sino la combinación de cien relatos para generar una historia -o más bien,
una mera excusa para enseñarnos a contar cuentos-. Se trata de El Decamerón, un
libro donde la época medieval se hace actual y los detalles explícitos y bien
presentados cuentan mucho para lo lejano y antiguo que realmente es. Diez
jóvenes se dedican como una sana diversión en relatar una historia cada uno por
diez días, con temáticas bien definidas para mantener la diversión de los
cuentacuentos. En cada historia se muestran las situaciones más peculiares,
insólitas, pícaras e incluso algo picantes; se puede afirmar que esta obra es
similar a Las mil y una noches, eso sí, con muchas diferencias que de verdad la hacen distinguible y
fascinante. El lenguaje empleado es muy sencillo, con mayor presencia de la
narración que el diálogo o la descripción, así como entretenido. El aspecto que
más me gustó es que cada joven o doncella proponía el tema de los cuentos para el
día siguiente, indicando que debían ceñirse a ello. Cien historias que no
tienen desperdicio alguno.
Hasta aquí dejaré esta primera parte del artículo, primero porque se haría extenso y además porque debo ponerme al tanto con otras obras del "estante de los recuerdos". Espero puedan sugerirme alguna para enriquecer el próximo artículo.
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